Carlos Salvador Bilardo y Diego Armando Maradona. |
El jugador, ya entonces un juvenil con temperamento de campeón mundial, tenía la costumbre de tirar al piso la cáscara de la fruta. "¿Me invitás a comer a tu casa?", le pide un día Carlos Bilardo. La cena transcurre de modo agradable. Hasta que el técnico dice que, de postre, le gustaría comer una banana. Saca prolijamente la cáscara y la tira al piso, igual que el jugador en la concentración. Fue suficiente. Pasan casi treinta años. Otro campeón mundial de Bilardo, José Luis Brown, dirige una práctica en la cancha auxiliar de Ferro. Suena el teléfono celular, que lleva en un bolsillo, pendiente de una llamada por la salud de un familiar. Pero el que llama es Bilardo. "Bron, la mano en la cintura no." Brown mira hacia todos lados pero no lo ve. "Acá, arriba, el edificio más alto, el rojo", le avisa Bilardo mientras lo saluda. Fallecido Julio Grondona, Bilardo, el DT célebre por sus obsesiones dentro y fuera de la cancha, se despide de la selección que sólo él logró llevar a dos finales seguidas. Fue campeón autorizado en México 86 con el brillo de Diego Maradona. Y subcampeón odioso en Italia 90 con Sergio Goycochea de ataja-penales. Para él, lo importante, siempre, fue ganar. Nadie como Bilardo, dijo hace un tiempo el filósofo Darío Sztanszrajber, desnudó nuestras contradicciones futboleras, jugar-ganar, espectáculo-resultado. "En un concierto -argumentó alguna vez Bilardo-, la gente pide bis, pero en un partido que vas ganando 1-0 el hincha pide la hora."
"Es irrelevante si él «inventó» o no el 3-5-2", me dice desde Inglaterra el periodista y escritor Jonathan Wilson. "Lo que es importante -añade- es que eso demuestra su deseo permanente de probar algo nuevo." El sistema 3-5-2 sigue siendo el gran orgullo de Bilardo. Aún hoy muestra la revista inglesa World Soccer como verdad sagrada que define a su esquema como la última gran novedad táctica en la historia del fútbol mundial. Considerado uno de los máximos especialistas en la materia, Wilson afirma que en realidad hubo "tres o hasta cuatro técnicos" que, en un fútbol ya sin wines, iniciaron ese esquema igual que Bilardo "casi al mismo tiempo y cada uno por su lado". El bosnio Ciro Blazevic, en el Dínamo Zagreb, y Franz Beckenbauer, con Alemania, ambos con un líbero ofensivo, y el alemán Sepp Piontek, con Dinamarca, más influenciado por la presión holandesa. Bilardo ama recordar que inició su 3-5-2 en un triunfo 2-0 ante Suiza en plena gira europea con la selección en septiembre del 84. Tan novedoso que los periodistas inicialmente creyeron que se había olvidado de un defensor cuando anunció línea de tres, sistema que repitió en los triunfos siguientes 2-0 a Bélgica y 3-1 a Alemania. Debutó, sin embargo, en México con línea de cuatro, pero primero sacó a los laterales Néstor Clausen y Oscar Garré y luego puso a Héctor Enrique por Pablo Pasculli. Un 3-5-2, que ayudó a Maradona a ser rey. Quienes señalan que eso sólo es un número de teléfono afirman que, si somos más precisos, la Argentina de Bilardo formó en su hora cumbre 3-5-1-1, 3-6-1 o un flexible 4-4-1-1. "Lo paradójico es que el inicio de una única punta conlleva el fin de la línea de tres, porque tres es demasiado para un solo atacante", dice Wilson. Preocupado por el debut, Bilardo abundó en precisiones en la charla previa ante Corea del Sur. "Tienen toda la tecnología de punta." Que los televisores, los aparatos musicales, etcétera, etcétera, etcétera. "¿Y esto -preguntó Ricardo Bochini en voz baja a otro jugador que estaba a su lado- qué carajo tiene que ver con el fútbol?"
Maradona, "punta" solitaria en la final contra Alemania (Bilardo ordenó a Jorge Valdano anular al potentísimo Hans-Peter Briegel), era único. En una de las nerviosas reuniones previas al debut, Bilardo exigió que diera un paso al frente el jugador que había vuelto a la concentración después del horario límite. Insistió. Dijo que él sabía el nombre. Pero siguió el silencio. "Fui yo Carlos", cortó la tensión Maradona, para cubrir al compañero marcado. Maradona sí tuvo más licencias en el Mundial siguiente. "En Italia 90 -explicó alguna vez Bilardo- no jugamos como debíamos, sino como podíamos." Maradona en una pierna, jugadores lesionados o suspendidos, esquema ultradefensivo y apostar a empates aburridos y a Goycochea en los penales. "El fútbol -dijo Bilardo al mes siguiente a Joao Havelange- es un juego perfecto y las reglas no precisan ningún cambio." Pero hubo cambios porque Italia 90 sufrió un récord de apenas 2,21 goles y 8 remates al arco de media por partido. Hubo 1586 pases al arquero. Demoras. La Argentina fue subcampeona con apenas dos triunfos y cuatro goles en siete partidos. Italia 90 fue la peor versión del ganar como sea. Ahí están el bidón a Branco, contaminado con pastillas de Royphnol, y la bandera argentina deliberadamente autoquemada en la concentración de Trigoria antes de la semi contra Italia para animar a un plantel que ya no daba más. Asustado porque Bilardo le repetía que el cactus del jardín de su edificio en Roma podía dar mala suerte, Troglio, temeroso de quedar fuera del plantel, bajó de madrugada con una cuchilla para cortar la planta de raíz. "Lo que tenía Carlos -dijo Troglio al libro Esto (también) es fútbol (Planeta, Javier Tabares-Eduardo Bolaños)- es que te trasmitía su locura de manera tal que hasta terminabas actuando como no querías."
Las obsesiones-cábalas llegaron a disfrazarlo de mujer colla con pollera negra, alpargatas y sombrero típico para controlar a sus jugadores en una fiesta en Tilcara en la preparación de altura previa a México. A bajarse del autobús y ordenar traslados en taxi porque se había cruzado un gato negro. A entrenarlo a Oscar Ruggeri en Plaza Flores con pibes de diez años. A diseñar pesas con los colores argentinos y, según cuenta en su libro autobiográfico (Doctor y campeón, Planeta, 2014), bolsillos internos en los pantalones para que los jugadores guardaran rodajas de limón cuando jugaban en altura. A responder "Bron" cuando El Gráfico le preguntó por "un libro", no por "un líbero". A tener una red de quiosqueros amigos para que dieran vuelta la tapa cuando su enemigo Clarín lo criticaba. Y otra de mozos y taxistas para que escucharan conspiraciones, de "menottistas" o del gobierno radical que buscó echarlo apenas antes del Mundial de México, porque al presidente Raúl Alfonsín no le gustaba cómo jugaba la selección. Y porque Alfonsín, hincha del Rojo, sufrió además al Estudiantes copero de Osvaldo Zubeldía, con Bilardo y su leyenda de alfileres, tierrita para los arqueros y estudio de la vida privada de jugadores rivales, esposas incluidas, para provocarlos en pleno partido. El invento de comida podrida la noche previa a la final Intercontinental en Old Trafford contra Manchester United en 1968. El mote de "antifútbol" que derivó en violencia y jugadores presos la noche Intercontinental contra el Milan un año después en la Bombonera. "Si ganás, la gloria; si perdés, Devoto", graficó Bilardo, que siempre guardó bajo llaves una nota de Pepe Peña a Alfredo Di Stéfano titulada "Mi quintita mide 100 x 100". El achique con el offside, el córner al primer palo, los videos, las concentraciones largas. El orden colectivo y el pressing sistematizado del Estudiantes tricampeón de la Libertadores que así achicó distancias e injusticias ante los poderosos. Y que mostró que se podía ganar de otro modo. De un modo que, para bien y para mal, muchos otros terminaron copiando.
Años, pastillas y noches eternas de insomnio, ya sin las coloridas apariciones en bailes de carnaval o programas de TV, hicieron menos divertidas algunas de las obsesiones. Y mostraron a un Bilardo excesivamente aferrado al protagonismo, a veces demasiado cercano al ridículo. Lejos de los tiempos del "Flaco" o "Sonrisa" (no Narigón) descendiente de italianos, socio de San Lorenzo desde los cinco años que creció en La Paternal, que se llevó apenas Historia de primer año, a quien la madre castigó tras una travesura clavándole una aguja en la lengua y que dio dedicación plena al fútbol cuando se recibió de médico en 1965 con un cuatro en la última materia: Medicina Legal. Años en los que vendía flores, frutas y verduras para tener su dinero propio. Años del equipo que terminaba siempre a las piñas y ya no conseguía cancha ni campeonato. Era el equipo del bar. El bar se llamaba La Puñalada..
Por Ezequiel Fernández Moores | Para canchallena.com